Este mes Pilar hubiese cumplido 13 años, pero cuando dejó este plano tenía sólo 5. Evidentemente hay seres para los cuales el tiempo es una ficción porque consiguen dejarnos su legado en un pestañeo de vida.
“Pili Pilar”, se llamaba ella misma.
Hacía 15 minutos que había comenzado mi carrera de médico y mi residencia en pediatría cuando la vi por primera vez. Ella llegaba al hospital porque tenía fiebre y debía internarse para hacerse cultivos y recibir antibióticos. Jamás voy a olvidar la ternura de esa cara de culo y el amor con el que la sostenían sus padres.
“Cocó Gallo”, me bautizó, y así me conocería por siempre su familia.
No conocía ni el nombre de los Cuidados Paliativos, sin embargo cuando recapitulo y busco en mi archivo mental al primer paciente que me nutrió en este camino, automáticamente pienso en Pili Pilar.
Por mi lugar de médico en formación no me tocó tomar decisiones determinantes en su historia, pero la cantidad de cosas que aprendí interactuando con ella y su familia fueron fundamentales para los cimientos de lo que años después significarían para mí vida la Pediatría y los Cuidados Paliativos.
Uno de los pilares de mi profesión –y de la vida por supuesto- es encontrar el equilibrio.
El equilibrio que genere el bien mayor para el paciente y los suyos.
El equilibrio entre lo proporcionado y lo desproporcionado de una acción.
El equilibrio entre por qué sí y por qué no hacer tal o cual cosa, hasta dónde sí y hasta dónde no avanzar con tal otra.
Y para encontrarlo hay que saber empatizar lo suficiente con el otro y así lograr un balance adecuado junto a esa familia.
No te involucres sentimentalmente con los pacientes, me aleccionó un colega en ese momento. Con la culpa de sentirme un mal médico lo contradije y busqué intuitivamente mi propio balance.
Hoy puedo afirmar que el mayor aprendizaje para mi vida y mi trabajo, devino de conocer íntimamente a esa familia maravillosa, de no perderme la cara de Pili Pilar mientras miraba desconfiada al maltrecho Barney del Trencito de la Alegría en su cumpleaños de 5, de las cervezas que nos tomamos años después con sus padres en algún bar de San Telmo o de ese abrazo eterno que nos dimos con su madre la triste mañana del entierro.
PD: La foto que encabeza este artículo fue provista por la familia de Pilar, con el expreso consentimiento para su utilización en esta publicación.