Galeano contó en Ventanas sobre la memoria una maravillosa tradición de los indios del noroeste de América. Cuando al alfarero viejo de la tribu le llegaba su retiro iniciaba al novato ofreciéndole su mejor pieza. El joven alfarero, lejos de conservar la vasija para admirarla, la rompía en miles de pedacitos contra el suelo para luego incorporarlos a su arcilla.
Desde el día que rendí mi último examen como estudiante hasta el instante que escribo este texto he vivido una infinidad de experiencias gracias a la medicina. Viaje 10 meses por Argentina y España realizando prácticas médicas las cuales fueron documentadas en mi primer libro Final de Gira. Realicé la residencia y me especialicé en pediatría. Roté tres meses en la fundación Pro Unidad de Cuidado Paliativo en Costa Rica, una institución pionera y de excelencia en los cuidados paliativos pediátricos de América latina. Realicé mi formación en cuidados paliativos pediátricos con mi amado Equipo del Hospital Dr. Ricardo Gutiérrez gracias a las becas de la Sociedad Argentina de Pediatría y el Instituto Nacional del Cáncer. Fui un integrante fundacional del maravilloso Equipo de internación domiciliaria en cuidados paliativos pediátricos de Carehome con el cual viví gran parte de las experiencias más conmovedoras y gratificantes de que me dio este trabajo. Me formé en medicina ayurveda. Tuve el honor ser parte de la primer camada de pediatras que nos dedicamos a los cuidados paliativos pediátrico que pudo rendir un examen que nos certifique como especialistas, una lucha ancestral que los pioneros venían librando para ser reconocidos como tal.
Poco a poco y con gran esfuerzo fui edificando lo que hoy soy como médico.
Y cuando por primera vez como médico acumulaba cierto rodaje, me afianzaba en la especialidad y sentía que este era el camino correcto y el lugar adecuado para seguir edificando una carrera… mi alma me chifló desde lo profundo.
Porque durante estos años también viví una vida fuera de la medicina. Conocí a Marie, nos casamos y la vida nos regaló a nuestra hija Federica. Rápidamente ella nos marcó las nuevas reglas del juego, nos cambió las prioridades las alegrías los miedos las necesidades.
En varias oportunidades les dije en este diario que el objetivo principal de mi trabajo es lograr con los múltiples recursos existentes la mejor calidad de vida de una persona y su familia. Como también que los preceptos de los cuidados paliativos exceden ampliamente los cánones de una mera especialidad médica y son más una forma de mirarnos como seres, vivir el mundo y nuestra existencia.
Estoy convencido de esa mirada de la vida más allá de mi profesión. Así que guiados por ese instinto de búsqueda de una vida mejor, y contradiciendo en mi caso lo que parecía ser un rumbo profesional en crecimiento, decidimos dar un salto al vacío y romper la vasija del viejo alfarero.
Renuncié a todos mis trabajos en Buenos Aires, conseguí un puesto de pediatra en una clínica, y nos vinimos los tres a vivir a Bariloche. Con la convicción a cuestas que los miles de pedacitos de aquella nuestra mejor vasija cimentarán y nutrirán esta nueva era de montañas, lagos, abedules y aroma a lavanda.