El Bolsón, 16 de Abril de 2006

Sábado por la mañana; recibo un mensaje de texto de Noelia. (Residente de Medicina General. Oriunda de San Francisco, Córdoba. Me cae bien que sea tan inquieta con su vida.) Invitación para ir al Refugio del Encanto Blanco con ella, su hermana la Ivy y la negra Molina (instrumentadota y personaje del Hospital. Venida desde Buenos Aires hace ya varios años. Puteadora como pocas.)

Acepto gustoso y salimos desde su casa en el auto de la negra hacia el Mallín Ahogado donde sale la picada para el refugio.

El día de sol es imponente. La negra lucha contra la casetera de su auto y un cassette de los grandes exitos de los Beatles que no quieren congeniar para entregarnos música. La negra putea de lo lindo. Su auto es una mugre y ella pide disculpas.

El cielo es de un celeste intenso y muchos alerces del camino están amarillos pera. Dejavú de las postales de infancia: Evoco el celeste perfecto, un calefactor sol de otoño, el amarillo que cae desde los árboles espigados e inalcanzables, el gris del ripio que encandila por el sol.

Emprendemos el ascenso entre las bellezas de un bosque de ensueños. Es un placer volver a estar en estas latitudes y caminando por acá. Los pulmones festejan como si hubiesen ganado la copa del mundo. La subida es amena y nos tomamos nuestros momentos de contemplación y reoxigenación.

La negra Molina cuenta anécdotas de cuando era azafata de Kaiken Líneas Aéreas. Evoco el viaje hasta Ushuaia a dedo con los pibes. El ejercicio de viajar es para mi una constante evocación de otros viajes. Una inevitable comparación con otros lugares que conocí.

La negra putea con tanta gracia que no puede ofender ni a los Reyes de España.

Luego de varias horas y con los primeros fríos del ocaso llegamos al refugio. Nos recibe su amable refugiero Juan. Estamos solos con el. Escuchamos música y cocinamos una deliciosa pasta con tuco. El frió se impone y acosamos a la salamandra. Las chicas se ponen monotemáticas con el frío.

Subimos al sector superior del refugio donde se duerme.

Las chicas se ponen monotemáticas con el frío.

Subimos al sector superior del refugio donde se duerme.

Las chicas se siguen poniendo monotemáticas con el frío.

Yo duermo al lado de una de ellas e intento usar al frío como cómplice para ganar terreno. No gano mucho terreno que digamos y decido entregarme a los brazos de Morfeo que pareciera ser el único que tiene intenciones  de cobijarme en este recinto.

En la mañana desayunamos animados.

Las chicas se ponen monotemáticas con el frió de anoche.

Caminamos por ahí. Subimos unos metros y contemplamos la hermosa vista del valle.

Retozo sobre una piedra bajo el hermoso día. El silencio de la montaña, el calor del sol.

Si uno cierra los ojos con el sol de frente, y presta la debida atención, se pueden ver luces y lucecitas que se mueven y forman figuras. Como pequeños flagelos que serpentean y súbitamente desaparecen.

El sueño me gana y los 15 minutos de siesta en este estado valen por 500.

Es hora de emprender el camino de regreso.

El retorno es alegre. El único detalle es que Noelia viene con una rodilla resentida, de todos modos resiste de forma estoica el descenso y se niega rotundamente a que la ayude. Hay alegría en el ambiente. Esa misma alegría como cuando uno pasa unos lindos días en la montaña y vuelve feliz con la mugre en la mochila, el olor a pata y momentos para recordar.

Ya en Bolsón, vamos a tomar cerveza artesanal al Camping El Bolsón para despedir a la Ivy que mañana se vuelve para San Francisco (Córdoba).

Las chicas se ponen monotemáticas con el frío de anoche.

La pasamos muy bien y mis tres compañeras fueron una excelente compañía. Estas cosas unen a las personas… o al menos dejan hermosas recuerdos si acaso la vida tan solo te regala ese único momento con ellos.