El Bolsón, 18 de Abril de 2006
Las logré ver mas claramente por las mañanas. Cuando la luz del día permitía el contraste entre el blanco amarillo de la humedad de la pared con el marrón oscuro de los OVNIS. Ademas a esa hora el efecto de las pastillas era mas suave.
Ahora todos duermen dopados y la calma invade el pabellón. Yo temo que algún objeto se esos impacte contra mi rostro a gran velocidad y me provoque daños irreparables. Meteoritos de carne picada surcan esta galaxia húmeda y descascarada. Albóndigas de diferentes tamaños acechan las habitaciones y se pierden en las paredes. No tengo muy claro si es que las atraviesan y continúan su recorrido como si la pared no existiese, o si se pierden en las mismas para emerger en algún otro sector del neuropsiquiátrico.
Mantuve mucho tiempo esto en secreto, hasta que creí poder confiar en el Dr. Fontana. Le describí la situación con lujo de detalle, pero la represalia farmacológica fue aniquilante. En un principio no sospeché de la complicidad de los médicos. Ahora prefiero el silencio… y que se caguen.
Me resguardo bajo las frazadas muerta de miedo. El impacto puede ser mortal o en el mejor de los casos dejar secuelas importantes en mi rostro.
Son impredecibles y acíclicas. Son sólidas y regulares. Vienen en el momento menos pensado y se retiran cuando ellas lo creen correcto, supongo.
Voy aprendiendo a percibir la llegada de las albóndigas. Se siente en el aire cuando están por llegar.
Un día de estos va a haber una desgracia… y recién ahí me van a hacer caso.
Lo que no podrán decir es que no les advertí.