El Bolsón, 19 de abril de 2006

Me toca atender a una paciente con una de las psicólogas del servicio.

Una madre.

La madre de un chico que mataron hace unos meses.

Al pibe lo enterraron vivo me cuenta su propia madre y yo siento un cuchillo que me atraviesa las entrañas.

Su madre me describe paso por paso como le contaron que fueron las últimas horas de su hijo.

El flaco era bombero y venía de cobrar dos sueldos. Se fue a tomar unas cervezas con otros dos muchachos que vieron toda la plata que tenía. Cuando él se fue lo siguieron. Lo golpearon para robarle. Lo golpearon con saña. Lo llevaron hasta un lugar donde le ataron las manos con alambre.

Todavía respiraba cuando lo enterraron vivo dice su madre.

El caso fue el comentario de toda la zona y lo sigue siendo.

La madre nos cuenta que presenció el juicio y que quería verles la cara a los asesinos de su hijo.

Ella habla tranquila -o al menos eso parece- pero angustiada.

Impresiona que en cualquier momento va a desbordarse pero resiste.

Dice que bueno, que la vida es así y que a veces estas cosas pasan, que ahora tiene otro hijo que anda con problemas con la droga y la policía y que tiene que ayudarlo.

El relato es monocorde y temerario.

                                                                       Y yo petrificado me desmorono por dentro auscultando tanto dolor.