El Bolsón, 20 de Abril de 2006
“Hay una sustancia que a mi me falta”, repetía desesperadamente y volvía a relatar por enésima vez sus padecimientos y auto estimulaciones en la época de la Escuela Hogar. Luego su viaje hacia Chile para ver a los curanderos, luego otra vez la escuela hogar.
Se ponía serio y ya nada le hacía gracia. Escondía con vergüenza las escasas y periféricas piezas dentarias que poblaban su descuidado comedor. Nombraba a Dady Brieva y Osvaldo Laport. Le hacían burlas mientras le mostraban la espalda contaba enfadado. Ellos conocían todo de él, hasta sabían muy bien que ya no cantaba su pajarito.
“Son malos… y ustedes no dicen nada” decía indignado sin entender como médicos y psicólogos, simplemente lo miraban pasivos con rostro freudiano y pretendían conformarlo con esporádicos y vacíos “ajá“.
El espiral se cerraba opresivamente cuando intentaba descifrar las claves de sus alucinaciones. Y aunque lo intentaba con ahínco no lograba hallar la falla en el sistema que lo alejara por un rato de esas certezas paralizantes.
Pero algo había encontrado para su suerte. Una forma de anestesiar sus circuitos sobrecalentados. El punto de fuga de su pesadillesca rumiación: correr detrás de una pelota. Cuando el fulbo giraba su mirada se focalizaba en ese pequeño mundo de cuero y la descompresión se hacía carne en su cuerpo. No había hiposecreción de sustancias, no había actores de TV socarrones, no había mamis recriminando zapatillas embarradas. Solo sonrisas desdentadas, fintas y goles dignos de un veterano jugador. Nadie dominaba el balón como él. Caños, tacos y pases gol a granel. Su cuerpo se relajaba junto a sus vainas de mielina. Un baldazo de agua fría en el sofocante verano. Reordenamiento no farmacológico del maremoto de neurotransmisores. Recreo en la calota. Un bálsamo entre tanta locura.