El Bolsón, 22 de Abril de 2006
Catalina no se quiere bañar y su aroma lo certifica.
No hay caso. No se lleva con la ducha.
Catalina oye cuando quiere, pero escucha perfecto.
Flaquita y de pelo oscuro, le gusta usar pollera.
Es simpática y amable y cada vez que voy a su casa con Julieta nos llena de mate dulce.
Es inquieta y recorre infinitas veces su casita de madera de barrio carenciado.
Julieta dice que se me enamoró, y yo me río.
Catalina habla mucho y rápido.
Y ceba un mate atrás del otro, y cada vez le agrega azúcar, y cada vez revuelve la bombilla.
La salamandra esta apagada cuando llegamos pero ella la enciende con maderas que le juntó su hijo.
Catalina dice que del techo caen agujas y alfileres que alguien le tira.
Hay días en los que se arregla y se maquilla, y se le nota.
HIDROFÓBICA (no se disuelve en solventes polares)
Oscuridad dictatorial en el éter.
Un aire infrecuente se apodera de la casilla de madera.
Sensación que excede a los receptores ordinarios del cuerpo.
Súbito despertar.
El miedo a lo inusual lleva las pulsaciones al extremo.
¿En tan pocos metros cuadrados que se puede escapar de lo previsto? Es un hecho,
la normalidad se fue a otro barrio y los cinco sentidos se entregan al caos.
Un cuchicheo extraño abarrota los techos.
Las pupilas comienzan a acomodarse y logran dilatarse lo suficiente para dejar ver algo en la penumbra.
El frío se torna un tanto abusivo. La piel no siente mucho.
El olor a lluvia violenta se mete por las narinas y llega al cerebro tan rápido como parece avanzar el agua.
Agua. Más agua. Por el suelo. Desde el cielo. Sin recelo.
El viento se complota con la catástrofe climática social.
Ratas disputándose los escasos centímetros cuadrados del techo.
Instinto animal. Tomar las crías por el pescuezo y
mandarse a mudar lo antes posible.
Como si tuviese un resquicio de bondad entre tanta malicia:
el agua ejecuta el trabajo solicitado escasos segundos después que Catalina arranca a sus hijos de esa pesadilla
y
tan
solo
se lleva todo a su paso.