Capítulo 23 | Catalina

El Bolsón, 22 de Abril de 2006

Catalina no se quiere bañar y su aroma lo certifica.

No hay caso. No se lleva con la ducha.

Catalina oye cuando quiere, pero escucha perfecto.

Flaquita y de pelo oscuro, le gusta usar pollera.

Es simpática y amable y cada vez que voy a su casa con Julieta nos llena de mate dulce.

Es inquieta y recorre infinitas veces su casita de madera de barrio carenciado.

Julieta dice que se me enamoró, y yo me río.

Catalina habla mucho y rápido.

Y ceba un mate atrás del otro, y cada vez le agrega azúcar, y cada vez revuelve la bombilla.

La salamandra esta apagada cuando llegamos pero ella la enciende con maderas que le juntó su hijo.

Catalina dice que del techo caen agujas y alfileres que alguien le tira.

Hay días en los que se arregla y se maquilla, y se le nota.

 

HIDROFÓBICA (no se disuelve en solventes polares)

Oscuridad dictatorial en el éter.

Un aire infrecuente se apodera de la casilla de madera.

Sensación que excede a los receptores ordinarios del cuerpo.

Súbito despertar.

El miedo a lo inusual lleva las pulsaciones al extremo.

¿En tan pocos metros cuadrados que se puede escapar de lo previsto? Es un hecho,

la normalidad se fue a otro barrio y los cinco sentidos se entregan al caos.

Un cuchicheo extraño abarrota los techos.

Las pupilas comienzan a acomodarse y logran dilatarse lo suficiente para dejar ver algo en la penumbra.

El frío se torna un tanto abusivo. La piel no siente mucho.

El olor a lluvia violenta se mete por las narinas y llega al cerebro tan rápido como parece avanzar el agua.

Agua. Más agua. Por el suelo. Desde el cielo. Sin recelo.

El viento se complota con la catástrofe climática social.

Ratas disputándose los escasos centímetros cuadrados del techo.

Instinto animal. Tomar las crías por el pescuezo y

mandarse a mudar lo antes posible.

Como si tuviese un resquicio de bondad entre tanta malicia:

el agua ejecuta el trabajo solicitado escasos segundos después que Catalina arranca a sus hijos de esa pesadilla 

y

   tan

           solo

                      se lleva todo a su paso.

Capítulo 22 | Saldando una deuda con el indio

El Bolsón, 22 de Abril de 2006

El cielo está impoluto y aprovecho para hacer otra escapada de (y en busca de) Salud Mental.

Hoy: Grandes Éxitos del Bolsón: La cara del indio. 

Voy Solari en busca del Indio.

A seis kilómetros del centro de El Bolsón se encuentra una curiosa formación rocosa por erosión eólica y pluvial, conocida como la “Cabeza del Indio“.

Salgo por la calle Azcuénaga hasta el puente del Río Quemquemtreu, cruzo la pasarela, paso por la usina y penetro en el corazón de una reserva forestal siguiendo las marcaciones amarillas tipo Oz y subo por el sendero que te conducirá hasta la Loma del Medio.

En el trayecto me encuentro con una vista que me quita el aliento: el valle del Río Azul, desde donde se puede seguir al serpenteante río de aguas trasparentes hasta su desembocadura en el Lago Puelo y sobre el oeste ver el Cordón Nevado en el límite con Chile. Desciendo por un pedregoso sendero hasta dar con un apacible sendero de 300mts: la cara del indio, mejor dicho: el perfil del cara del indio. De nariz puntiaguda y boca abierta emerge su rostro desde las profundidades de la piedra.

Es así, hay que gente que viene a verle la cara al indio, yo en la medida de mis posibilidades prefiero vérsela a dios. Hoy no me queda otra que conocérsela al indio.

Evoco mi años de dulce infancia en la Patagonia. Cuando niño había estado en este mismo sendero con mi papá y mi hermano Nacho. Pero aquella vez la excursión no concluyo con éxito. Me cuesta recordarlo con nitidez por la corta edad con la que contaba, pero se que nunca llegamos a verle la cara al indio. ¿Un precipicio o un paso peligroso?, ¿nos perdimos en el bosque?. Imagino que la picada era mas precaria y estaba peor indicada que hoy día, y nunca llegamos.

Solari lo veo al indio, y traigo desde los confines de mi memoria aquel día en que mi viejo, mi hermano y yo no lo logramos.

Hoy me toca llegar a mí y saldar la deuda en nombre de los tres.

Cuenta una vieja leyenda que si algún excursionista se extraviase en los cerros aledaños a El Bolsón, puede encontrarse perdido al caer la noche con el Espíritu Errante del Cacique Foyel, legendario guía de una imposible búsqueda de tesoros, perdidos en la noche de los tiempos. Foyel dominaba el territorio sur del lago Nahuel Huapi y cuentan que fue uno de los caciques que más se adaptó al modelo de vida propuesto por el hombre blanco. Dicen que fue un insuperable cazador, imbatible en el arte delmanejo de las boleadoras. La leyenda que lo evoca nace del desconocimiento que se tiene de cómo y donde aconteció su muerte.

Solari lo veo al indio, y traigo desde los confines de mi memoria aquel día en que mi viejo, mi hermano y yo no lo logramos.

Hoy me toca llegar a mí y saldar la deuda en nombre de los tres.

Cuenta una vieja leyenda que si algún excursionista se extraviase en los cerros aledaños a El Bolsón, puede encontrarse perdido al caer la noche con el Espíritu Errante del Cacique Foyel, legendario guía de una imposible búsqueda de tesoros, perdidos en la noche de los tiempos. Foyel dominaba el territorio sur del lago Nahuel Huapi y cuentan que fue uno de los caciques que más se adaptó al modelo de vida propuesto por el hombre blanco. Dicen que fue un insuperable cazador, imbatible en el arte delmanejo de las boleadoras. La leyenda que lo evoca nace del desconocimiento que se tiene de cómo y donde aconteció su muerte.

Capítulo 21 | Manos de cocinero

El Bolsón, 21 de Abril de 2006

Amasó la pasta sin ningún apuro. La estiró sobre la mesada gastada y la espolvoreó con harina. La cocina del comedor comunitario se había transformado en su refugio. El perfume de la leña quemándose en el horno producía un efecto sedante y relajante que ninguna pastilla podía lograr. Con la masa estirada de par en par procedió a cortarla en pequeñas tiritas que en pocos segundos se llamarían fideos.

Se percató que era la primera vez que había pasado mas de diez segundos desde que agarraba el cuchillo hasta que los flashes del horror aparecían en su cabeza. Se quedaba rígido por un lapso de tiempo aparentemente corto. Sin embrago el desandaba paso por paso una pesadilla en la que él era el protagonista y el cuchillo y sus victimas los actores de reparto. 

El chisporroteo del ajo saltando en el aceite lo trajo nuevamente a la tierra. Se secó la frente y terminó la tarea. Bajó el fuego y agregó los tomates perita triturados para darle vida a la salsa.

Siempre se había sentido habilidoso para la cocina. Ahora no solo lo hacía lo mejor que podía sino que también era su forma (con sus cuestionadas manos) de agradecer a los que no lo juzgaban por sus errores del pasado. En su introspección había encontrado la manera de devolver toda la confianza que le habían entregado. Cuando creía que todo estaba perdido, vio que siempre es posible volver a construir una nueva vida. 

Sacudió los fideos y volvió a espolvorearlos. Sazonó el tuco como lo hacía su abuela cuando apenas caminaba. 

Un ronquido profundo y sostenido detrás suyo le arrancó una sonrisa (la primera del día). Provenía de las entrañas de su guardián. Un policía flaco, canoso y bonachón que la provincia le había asignado como custodia en esta seudo libertad que lo tenía atrapado. El chaleco antibalas y el arma reglamentaria estaban en la habitación contigua para que no se impregnasen con el olor de la comida.

Al principio sentía un terrible odio hacia su custodio. Debía seguirlo a sol y a sombra. Fantaseaba constantemente con robarle el fierro o darle un buen saque en la nuca para mandarse a mudar. ¿Pero a donde? Fue un camino sinuoso y pedregoso, pero en la medida que él se fue reconciliando consigo mismo la relación con el flaco se fue aflojando.

La caída del cucharón de madera al piso lo despertó de golpe.

– Me quedé dormidazo. Fue el cumpleaños de la Andreita anoche y nos acostamos tarde. ¡Que buena pinta tiene eso che! A ver… mojáme un pancito gordo.-

El flaco era el único que tenía el punto justo del tuco y el gordo confiaba ciegamente en él.

-Mmmm… gordo, ¡que bueno te quedó papá! Guardáme un poco para que le lleve a Norma que se vuelve loca con tus salsas.-

Poco a poco sus heridas iban cicatrizando. Las imágenes de su noche fatídica eran cada vez menos frecuentes y mas fugaces. 

Después de la noche sale el sol…repetía incansablemente cuando sus pesadillas lo atormentaban con insistencia.

Hacía pocas semanas había vuelto a dormir toda la noche de corrido. Incluso había mañanas en las que al despertar recordaba sus sueños. Y no había cuchillos, ni gritos, ni sangre en sus manos.

Se perdió un instante en el sueño de la noche anterior. Caminaba por las montañas que rodeaban su pueblo. El día estaba soleado como pocas veces. Las flores estaban por todas partes y se meneaban suaves con la brisa del mediodía. Detrás suyo sus hijos juntaban piñones del piso y corrían hacia él para mostrárselos.

Puso los fideos en el agua y volvió a evocar su sueño unos minutos mas.

Sacó la salsa del fuego y coló la pasta. Sirvió todo en la misma fuente y encaró hacia el comedor entre los gritos de sus comensales que ansiosos golpeaban los cubiertos sobre la mesa a modo de agradecimiento por recibir de sus calladas manos el alimento de cada día.

Capítulo 19 | Un fulbo para Roberto (a secas)

El Bolsón, 20 de Abril de 2006

Hay una sustancia que a mi me falta”, repetía desesperadamente y volvía a relatar por enésima vez sus padecimientos y auto estimulaciones en la época de la Escuela Hogar. Luego su viaje hacia Chile para ver a los curanderos, luego otra vez la escuela hogar.

Se ponía serio y ya nada le hacía gracia. Escondía con vergüenza las escasas y periféricas piezas dentarias que poblaban su descuidado comedor. Nombraba a Dady Brieva y Osvaldo Laport. Le hacían burlas mientras le mostraban la espalda contaba enfadado. Ellos conocían todo de él, hasta sabían muy bien que ya no cantaba su pajarito.

Son malos… y ustedes no dicen nada” decía indignado sin entender como médicos y psicólogos, simplemente lo miraban pasivos con rostro freudiano y pretendían conformarlo con esporádicos y vacíos “ajá“.

El espiral se cerraba opresivamente cuando intentaba descifrar las claves de sus alucinaciones. Y aunque lo intentaba con ahínco no lograba hallar la falla en el sistema que lo alejara por un rato de esas certezas paralizantes.

Pero algo había encontrado para su suerte. Una forma de anestesiar sus circuitos sobrecalentados. El punto de fuga de su pesadillesca rumiación: correr detrás de una pelota. Cuando el fulbo giraba su mirada se focalizaba en ese pequeño mundo de cuero y la descompresión se hacía carne en su cuerpo. No había hiposecreción de sustancias, no había actores de TV socarrones, no había mamis recriminando zapatillas embarradas. Solo sonrisas desdentadas, fintas y goles dignos de un veterano jugador. Nadie dominaba el balón como él. Caños, tacos y pases gol a granel. Su cuerpo se relajaba junto a sus vainas de mielina. Un baldazo de agua fría en el sofocante verano. Reordenamiento no farmacológico del maremoto de neurotransmisores. Recreo en la calota. Un bálsamo entre tanta locura.

Capítulo 18 | Talleres

El Bolsón, 20 de Abril de 2006

 

Una de las actividades centrales del servicio de Salud Mental Comunitaria son los talleres.

En ellos los usuarios comparten actividades diversas. Fútbol, básquet, fabricación de canastos de mimbre, teatro, etc.

Una vez por semana se reúnen para cada taller. Fue el ingeniero Adalberto Torcuato Pagano (el mismo de la Plaza) quien impulso a El Bolsón iniciando y concluyendo durante su gestión la infraestructura edilicia actual de La Escuela Hogar, donde tienen lugar los talleres de deportes.

Fútbol, básquet y otros:

Nos reunimos en las canchas de la Escuela Hogar de El Bolsón varios usuarios entre los que se encuentran Enrique, José, Maldonado, Roberto (a secas) y varios otros. Se comparte un partido de básquet en un solo aro. La situación es totalmente anárquica. Enrique es claramente el mejor jugador junto con Roberto Hipólito. No parece haber muchas reglas aunque algunas se simulan cumplir.

Se juega con pasión. Todos ponen. Todos meten. Se festeja cada tanto. Enrique siempre se enoja por tener que jugar con aficionados. José se ríe. Maldonado tira al aro insistentemente sin meter casi ninguna. Roberto relata con pasión las jugadas. Roberto Hipólito se concentra en jugar. El policía de Maldonado da dos pasos botando el balón mientras su arma se mece de un lado a otro y yo tiemblo.

Luego llega el fulbito. Roberto es la estrella sin duda alguna. Un autentico crack. Se lo nota disfrutar y sentirse amo y señor del juego. El operador Ramón juega concentrado. El operador-pastor Omar relata el partido con un realismo asombroso. Se hace mucho foul. José juega en cámara lenta, José se ríe. Enrique se enoja por no ser el mejor, luego se ríe a carcajada limpia por no ser el mejor. Yo estoy agotado, mi estado físico es deplorable. El estado físico de Roberto Hipólito es envidiable.

Comemos la comida que trajo Maldonado bajo uno de los árboles de la Escuela Hogar.

Esto es hacer medicina, pienso.

Esto es mucho mejor que cualquier terapia… o quizás el mejor complemento para cualquier terapia.

Mimbre

Nos reunimos en el Hogar de Tránsito.

Es una casa a quince cuadras del hospital cruzando el río Quemquemtreu. Me cuentan que significa “río que corre entre cortaderas” (que es una especie de planta con un filo cortante). Otros dicen que significa río que cuncunea o piedras que hacen ruido al rodar. Vienen los mismos personajes que en deportes y también se suma Sofi.

Sofi es una abuelita muy tierna que escucharla hablar y reírse me generan una ganas de abrazarla que pocas veces me pasó en la vida. Es todo amor. Registra todo. Su diagnostico es psicosis y hace poco tuvo un brote donde decía que unos perros la querían atacar. No me alcanzan las palabras para transmitir la ternura que me genera Sofi. Una tarde me invitó con Noelia y su hermana a tomar el té a su casa. La pasamos tan bien escuchando sus historias de viajes y anécdotas del pasado. Es tan triste cuando uno ve un paciente psiquiatrico estable pensar en sus momentios de desequilibrio. En entender que esos momentos de equilibrio en cualquier momentos se haran añicos contra el suelo y todo será desborde y confusión. Sofi me muestra orgullosa sus hongos de pino secandose y su perrita.

Todos enseñan y aprenden.

Todo se hace entre todos. Todos colaboran.

Todos se divierten mucho.

El policía de Maldonado duerme sentado en un banco.