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El Bolsón, 17 de Abril de 2006
Caen las primeras lluvias que presumen ser el fin del verano.
El ocre brota desde las laderas de la montaña.
El movimiento empieza a aquietarse.
La calma se cuela silenciosa.
El ciclo de la tierra retorna hacia las profundidades de sus entrañas.
Las aves migran y prometen volver con el próximo verano.
Los brotes se retraen para regresar con las fuerzas necesarias el año entrante.
Las gentes se protegen de las inclemencias del clima.
Un descanso necesario luego del bullicio estival.
El ruido se retira agotado y afónico hacia otras regiones.
El alma se aquieta y resguarda.
El agua se muda desde las cascadas hacia las nubes.
Lentamente la temperatura desciende respetando la adaptación de la piel y la tierra.
La anatomía se acopla al ser que se aletarga.
Los árboles se desnudan sin vergüenza.
El sol, fugaz, da la energía mínima y necesaria para sostener el ciclo.
Nos vamos metiendo hacia adentro.
Maximizando el poco fuego que va quedando.
Optimizando la energía vital.
Vamos parando…
Poquito a poco entramos en sintonía con la tierra que va tomando fuerzas hasta el próximo verano.
Ser feliz desgarra.