El Bolsón, 24 de Abril de 2006
Corría el año 1912.
En sus trincheras al pie del Pilquitritrón, el Mayor del Ejército Prusiano, Mateo Gebhart, al frente de las temibles tropas de la Policía Fronteriza, se prepara para su campaña más importante: la invasión y destrucción de un pequeño estado independiente enclavado en los Andes Patagónicos.
En su desvencijado camastro, en una piecita al fondo de su cervecería, el flamante Presidente de la República de El Bolsón, el alemán Otto Tipp, dormía su consabida siesta tras otra de esas jornadas de 3 días de cerveza y jarana.
Días atrás, en una de esas noches dicharacheras en los fríos y largos inviernos cordilleranos, reunidos los pocos colonos de El Bolsón (en su mayoría europeos) discutían cómo sería el futuro de esta próspera y cobijadora región que los albergaba. Hasta ese momento se ignoraba a qué país pertenecía este pedazo de territorio ubérrimo, en litigio histórico entre Chile y Argentina. Ante la orfandad de una patria que los cobijara, buscaron la forma de obtener algún gobierno para tomar las decisiones acerca del futuro. No eran tantos los allí reunidos ni eran grandes sus aspiraciones: sólo saber a quién obedecer y qué reglas de convivencia habrían de observar. No es difícil imaginar que habrán querido delimitar sus posesiones en una tierra ilimitada y pródiga y poseer la certeza de su pertenencia y conocer la autoridad ante quien reclamar si surgían inconvenientes a lo largo de la obligada convivencia.
Las cervezas corrían, y las ideas volaban. Se nombró un Presidente: quien otro sino el bueno de Tipp, el izador de la bandera blanca que daba rienda suelta al ejercicio del verbo “beber”, mientras desgarraba en su viejo acordeón alemán la melodía gastada del “Ich hatt’ einen Kameraden”.
Escuchar un fragmento
Ich hatt’ einen Kameraden,
Einen bessren findst du nicht.
Als Sänger hielt auf’s Neue,
Er stets dem Chor die Treue,
Der gute, gute Kamerad.
Yo tenía un camarada,
Otro camarada así no hay.
Cantando con voz clara y fuerte,
A coro y siempre con fe.
Mi buen, buen camarada.
Más tarde aparecieron los ministros: un criador de ovejas de la zona de Ñorquinco, el vasco Pascual Sabalza, como Ministro de Hacienda, y el primer maestro de El Bolsón, Jorge Gibelli, en Educación, entre otros.
Ese sueño secesionista y libertario duró escasos días, hasta esa exactamente esa misma tarde en que el Gobierno argentino comisionó a la temible Policía Fronteriza y al Mayor Gebhart, quien con un celo que excedió las órdenes impartidas realizó una batida hasta la zona del Río Manso.
A su paso dejó pobres hombres y ancianos atados a su destino en las alambradas, golpeó sin medida a niños y jóvenes, tropelías tales como hacer a los abuelos jinetear a sus propios nietos en un galpón abandonado para arrancarles datos certeros sobre el lugar dónde se ocultaban los libertarios.
Cuando Gebhart entró en El Bolsón, no existían rastros de la República. Los locos libertarios se habían ido con la cerveza a otro lado.
Su duración fue tan efímera que apenas puede registrársela en las crónicas.