Capítulo 28 | Llamad al Sheriff Sheffield

El Bolsón, 26 de Abril de 2006

Sin embargo, hoy me levanto y me voy a tomar el sol a la fantástica Placita Pagano.

Es un semicírculo verde manchado por un cúbico lago artificial.Su lado recto linda con la Avenida San Martín (quién otro sino?), arteria principal de este pueblito. Recorriendo la curva: la feria.

La Feria Regional de El Bolsón quedó institucionalizada en el año 1979 por la Ordenanza Municipal numero 214. Un grupo de artesanos y productores de la zona se reunió para crear este evento, que según uno de sus fundadores, Agustín Porro, aporta identidad y colorido a un pueblo ya pintoresco de por sí.

Desde la mañana van llegando artesanos y productores y arman sus puestos, cada uno aportando su cuota de creatividad personal. Guitarras, ceniceros, licuados, muñecas.

Algunos afirman que es la mejor feria del mundo en diversidad y calidad de los mismos. Otros afirman que Messi es el nuevo Maradona. Puntos de vista.

Gracias a Youtube, hoy se puede recorrer la feria sin necesidad de ser demorado por la Policía: 

Sentado en un banquito, lejos de los puestos, leo (con no poca gracia) que el restaurante de enfrente es propiedad de Martín Seefeld, el de los Simuladores. Aunque unos minutos más de inspección ocular me revelan que estaba equivocado, y que el personaje en cuestión es un tal Martin Sheffield.

Me apersono en la Biblioteca Popular Domingo F. Sarmiento para embeberme de datos incomprobables de la vida de este simpático personaje: Martín Sheffield fue un sheriff de Texas que llegó a la zona del Nahuel Huapi en 1889. Venía de Chile, donde había trabajado con otros yanquis como ingenieros viales en la construcción de los caminos andinos. Al llegar se afincó en El Bolsón, donde se hizo famoso por su proverbial puntería con el revólver y ese charme norteamericano tan apreciado en las tertulias. Se casó con una tal Maria Ancapichun, una aborigen con la que tuvo 12 hijos, de quienes se dice que todavía sobrevive Juana, la menor, afincada en la zona Cuesta del Ternero. Doña Juana cuenta que su padre pasó a la fama por haber sido protagonista de un curioso avistaje del que ella misma participó: un plesiosaurio vivo –vivo?- en plena laguna de Epuyén. 

Este descubrimiento condujo a Sheffield a escribir a Don Clemente Onelli, en ese momento Director del Museo de La Plata, quien se embarcó en una infructuosa cacería que llegó a interesar hasta al Presidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt. Pero Don Sheffield no se durmió en las laureles, y unos años después se convirtió en el primer minero de la zona de El Bolsón, trabajando Arroyo Las Minas, lugar ubicado en las cercanías de Ñorquincó (Provincia de Río Negro) y en los cursos del Alto Río Chubut. Allí tenía ochenta hombres a su cargo que lavaba oro día y noche de las arenas de estos lechos. Según cuentan algunos historiadores locales, Martín Sheffield fue otra víctima de la “fiebre del oro”: quedó redondo después de un paro cardiorrespiratorio en su propia mina.

Unos metros más arriba del lugar donde falleció, se le dio cristiana sepultura. Una cruz grabada databa el fallecimiento en el año 1936.

Capítulo 27 | Mi Bolsón

El Bolsón, 24 de Abril de 2006

No es lo mismo.

Claro que no es lo mismo venir de mochilero a hacer nada en concreto y todo eso que se hace cuando uno viaja.

Momentáneamente mi domicilio esta aquí. Y mi actividad del día a día está aquí. Por ende me relaciono con gente que vive y trabaja aquí… y eso da una visión bastante mas real del pueblo que cuando uno viene como viajero.

Además trabajar en un lugar como el hospital te da un pantallazo muy real de la población. Ahí se ve desfilar la realidad cada día, y ni hablar si tenemos en cuenta que estoy en el Servicio de Salud Mental del Hospital.

Mis caminatas no son con la cámara de fotos en el bolsillo. Son con el relajo de estar viviendo hoy y ahora aquí.

Me encanta este pueblo y mas me encanta poder conocer esta cara que de viajero jamás hubiese conocido. No son días de mucho turista dando vueltas y eso me gusta.

Conocí gracias a mis tareas barrios -que desconocía rotundamente- y personas que representan el autentico Bolsón profundo.

El Bolsón que vive una gran parte de la población.

El Bolsón pobre.

El Bolsón del alcohol y la falopa como única escapatoria a la miseria y el dolor.

El Bolsón de los afanos y el abuso sexual.

El Bolsón del remisero que no gana un mango.

El Bolsón que no promocionan en ninguna oficina de turismo que se precie de tal.

El Bolsón antipostal.

El Bolsón posta.

El Bolsón que no miramos y que yo sabía que existía pero no conocía.

Este es el Bolsón que ven mis ojos por estos días.

Ya por esto me siento satisfecho de mi estadía de un mes acá.

Capítulo 26 | Otto Tipp presidente de la República del Bolsón

El Bolsón, 24 de Abril de 2006

Corría el año 1912.

En sus trincheras al pie del Pilquitritrón, el Mayor del Ejército Prusiano, Mateo Gebhart, al frente de las temibles tropas de la Policía Fronteriza, se prepara para su campaña más importante: la invasión y destrucción de un pequeño estado independiente enclavado en los Andes Patagónicos.

En su desvencijado camastro, en una piecita al fondo de su cervecería, el flamante Presidente de la República de El Bolsón, el alemán Otto Tipp, dormía su consabida siesta tras otra de esas jornadas de 3 días de cerveza y jarana.

Días atrás, en una de esas noches dicharacheras en los fríos y largos inviernos cordilleranos, reunidos los pocos colonos de El Bolsón (en su mayoría europeos) discutían cómo sería el futuro de esta próspera y cobijadora región que los albergaba. Hasta ese momento se ignoraba a qué país pertenecía este pedazo de territorio ubérrimo, en litigio histórico entre Chile y Argentina. Ante la orfandad de una patria que los cobijara, buscaron la forma de obtener algún gobierno para tomar las decisiones acerca del futuro. No eran tantos los allí reunidos ni eran grandes sus aspiraciones: sólo saber a quién obedecer y qué reglas de convivencia habrían de observar. No es difícil imaginar que habrán querido delimitar sus posesiones en una tierra ilimitada y pródiga y poseer la certeza de su pertenencia y conocer la autoridad ante quien reclamar si surgían inconvenientes a lo largo de la obligada convivencia.

Las cervezas corrían, y las ideas volaban. Se nombró un Presidente: quien otro sino el bueno de Tipp, el izador de la bandera blanca que daba rienda suelta al ejercicio del verbo “beber”, mientras desgarraba en su viejo acordeón alemán la melodía gastada del “Ich hatt’ einen Kameraden”. 

 Ich hatt’ einen Kameraden,

Einen bessren findst du nicht.

Als Sänger hielt auf’s Neue,

Er stets dem Chor die Treue,

Der gute, gute Kamerad.

 

Yo tenía un camarada,

Otro camarada así no hay.

Cantando con voz clara y fuerte,

A coro y siempre con fe.

Mi buen, buen camarada.

 

Más tarde aparecieron los ministros: un criador de ovejas de la zona de Ñorquinco, el vasco Pascual Sabalza, como Ministro de Hacienda, y el primer maestro de El Bolsón, Jorge Gibelli, en Educación, entre otros.

Ese sueño secesionista y libertario duró escasos días, hasta esa exactamente esa misma tarde en que el Gobierno argentino comisionó a la temible Policía Fronteriza y al Mayor Gebhart, quien con un celo que excedió las órdenes impartidas realizó una batida hasta la zona del Río Manso.

A su paso dejó pobres hombres y ancianos atados a su destino en las alambradas, golpeó sin medida a niños y jóvenes, tropelías tales como hacer a los abuelos jinetear a sus propios nietos en un galpón abandonado para arrancarles datos certeros sobre el lugar dónde se ocultaban los libertarios.

Cuando Gebhart entró en El Bolsón, no existían rastros de la República. Los locos libertarios se habían ido con la cerveza a otro lado.

Su duración fue tan efímera que apenas puede registrársela en las crónicas.

Capítulo 25 | El Padrino segunda parte

El Bolsón, alguna noche de Abril de 2006

¿Quién dijo que las segundas partes nunca son buenas?

Oscuridad en la noche y Al Pacino mirándonos de reojo.

Intentaste acomodarme el almohadón de la espalda.

Y sentí el impulso.

                                     Lo dejé fluir.

                                                                Te sorprendiste.

El aire podía cortarse con uno de esos cuchillitos chiquitos y sin filo para untar paté.

Sin embargo me dejaste otro -el último, creí yo en ese instante- segundo como oportunidad.

Sentí otro -y esta vez más efectivo- impulso.

Y la hermosa y leal batalla comenzó…

En el sofá.

En el piso frió.

En la escalera.

En la cama caliente.

Hermosa y leal batalla… ya lo creo.

Con final ajustado en cama de una plaza.

“Difícil pero buena” te dije y no te gusto tanto.

Finalmente el carro se movió

                               y los melones se acomodaron solos.

BESOS ERAN LOS DE ANTES

Tres meses de maremotos en la panza. Noventa y tres vueltas a la manzana. Catorce llamados abortados. Cinco Fruttifru de cereza. Tres Mielcitas rojas. Un millón de preguntas a su hermana.

Todo eso fue lo que invertí para mi primer beso… el que finalmente llegó una calurosa noche de Febrero.

Los pies deslizándose entre el papel picado y los pomos agonizantes de la pista: el carnaval del ’87 que siempre recordaré. Cinco lentos y medio acumulando el valor suficiente para que el mejilla-mejilla fuese mutando en el anhelado bocaboca.

Y el ansiado momento comenzó a hacerse materia. Un calor inconmensurable erizando mis labios. Ejércitos de hormigas conquistando el cuerpo. Mi trémula lengua ingresando en cámara lentísima a la receptiva e inmóvil boca. Recién en ese segundo volví a escuchar la música en el ambiente y a envolverme en su adorado aroma de Mujercitas mezclado con beso eterno.

Doce años de ruta. Decenas de decenas de besos surtidos. Miles de encuentros y millones de desencuentros. Veintisiete cicatrices en el alma. Toneladas de neuronas tramitando su jubilación. Billones de noches acéfalas. Dieciséis minutos de bondi. Cinco minutos de cola. Un Hyundai. Tres botellitas de agua.

Nueve fascinantes segundos fueron los que deje pasar para amotinarme en tu boca desde el momento en que te vi venir hacia mi lado y decidí que este sería (sin mas preámbulos) nuestro primer y último beso.

La monótona melodía meciéndose entre los pliegues mas rebeldes del cuerpo. El perfume de tu pecho frotándose frenético con mi deseo. Lenguas desaforadas que no quieren preguntar nada. Tatuajes que ensucian mi piel. Caricias de diseño modelo ‘06. Cien metros a 100.000 Km./h.

Try some, Buy some.

The New Killer Star vuelve a las veloces e inagotables pistas del éxtasis.

Capítulo 24 | Patagonia para pocos

El Bolsón, 23 de Abril de 2006

Las tierras de la Patagonia, sobre todo las que son ricas en agua potable, son un bien codiciado por empresarios poderosos. Los italianos Luciano y Carlo Benetton y el dueño de la Fox y de un montón de otras cosas Ted Turner son los más conocidos, junto a otros como Sylvester Stallone y Michael Douglas.

Esa oleada de multimillonarios incluyó a Charles Joe Lewis, quien hace ocho años compró un inmenso predio de tierra fiscal entre Bariloche y El Bolsón. Hoy, Lewis ofrece un aeropuerto nuevo para la zona. Pero su proyecto no fue correspondido como él esperaba, ya que generó la reacción en contra de los vecinos del lugar. La empresa de Lewis, Hidden Lake SA (Lago Escondido SA), propone “construir con sus propios fondos una pista de aterrizaje de 2.100 metros de largo por treinta metros de ancho y un hangar, destinada a aeródromo privado de uso “público”, con el argumento de que podría significar un beneficio para los habitantes de El Bolsón y la Comarca Andina del Paralelo 42.

Para lograr ese objetivo, Lewis pretende comprar unas cien hectáreas en la llamada Pampa de Ludden a un antiguo poblador, Cipriano Soria, quien según el magnate es el legítimo ocupante desde 1948. La reacción de los vecinos ante la propuesta del aeropuerto y en defensa de la tierra y el agua no se hizo esperar. Lo primero que hicieron fue establecer que el “legítimo ocupante” don Cipriano no puede venderle a Lewis las cien hectáreas donde pretende construirlo, ya que la Ley 279, de Tierras Provinciales, autoriza a algunos pobladores la utilización de tierras para el pastaje de sus animales, siendo este el caso de Cipriano Soria que, argentinamente, admitió: “No tengo el título de propiedad”. Las 14 mil hectáreas que Lewis ya posee se ubican en el área delimitada entre la margen sur del río Manso, la frontera con Chile y el Paralelo 42. Esa tierra es parte de la zona conocida como El Foyel, pegada a Mallín Ahogado, zona rural de El Bolsón, cuyo casco urbano está a cuarenta kilómetros de la propiedad de Lewis. 

Lo curioso es que dentro de los límites de lo comprado por el magnate británico en 1997 quedó la totalidad del lago Escondido, cuyo acceso desde ese momento comenzó a ser vedado al público por los custodios armados del magnate. Esto, en franca ilegalidad con lo que dispone la Constitución provincial de Río Negro en su artículo 73, que “asegura el libre acceso con fines recreativos a las riberas, costas de los ríos, mares y espejos de agua de dominio público”.

Para revertir esta situación, Lewis trata de ganarse la confianza de los 25 mil vecinos de El Bolsón, a quienes les regaló equipamiento para los bomberos voluntarios, camisetas de fútbol para los colegios y la refacción de móviles policiales. También organiza suculentos asados “comunitarios”, regados con buenos vinos, y torneos de fútbol para todas las edades. Si hasta en una de las ambulancias donada por Charles Lewis al hospital público de El Bolsón sepuede leer en su paragolpes trasero: “Gracias Tío Joe”.