Capítulo 25 | El Padrino segunda parte

El Bolsón, alguna noche de Abril de 2006

¿Quién dijo que las segundas partes nunca son buenas?

Oscuridad en la noche y Al Pacino mirándonos de reojo.

Intentaste acomodarme el almohadón de la espalda.

Y sentí el impulso.

                                     Lo dejé fluir.

                                                                Te sorprendiste.

El aire podía cortarse con uno de esos cuchillitos chiquitos y sin filo para untar paté.

Sin embargo me dejaste otro -el último, creí yo en ese instante- segundo como oportunidad.

Sentí otro -y esta vez más efectivo- impulso.

Y la hermosa y leal batalla comenzó…

En el sofá.

En el piso frió.

En la escalera.

En la cama caliente.

Hermosa y leal batalla… ya lo creo.

Con final ajustado en cama de una plaza.

“Difícil pero buena” te dije y no te gusto tanto.

Finalmente el carro se movió

                               y los melones se acomodaron solos.

BESOS ERAN LOS DE ANTES

Tres meses de maremotos en la panza. Noventa y tres vueltas a la manzana. Catorce llamados abortados. Cinco Fruttifru de cereza. Tres Mielcitas rojas. Un millón de preguntas a su hermana.

Todo eso fue lo que invertí para mi primer beso… el que finalmente llegó una calurosa noche de Febrero.

Los pies deslizándose entre el papel picado y los pomos agonizantes de la pista: el carnaval del ’87 que siempre recordaré. Cinco lentos y medio acumulando el valor suficiente para que el mejilla-mejilla fuese mutando en el anhelado bocaboca.

Y el ansiado momento comenzó a hacerse materia. Un calor inconmensurable erizando mis labios. Ejércitos de hormigas conquistando el cuerpo. Mi trémula lengua ingresando en cámara lentísima a la receptiva e inmóvil boca. Recién en ese segundo volví a escuchar la música en el ambiente y a envolverme en su adorado aroma de Mujercitas mezclado con beso eterno.

Doce años de ruta. Decenas de decenas de besos surtidos. Miles de encuentros y millones de desencuentros. Veintisiete cicatrices en el alma. Toneladas de neuronas tramitando su jubilación. Billones de noches acéfalas. Dieciséis minutos de bondi. Cinco minutos de cola. Un Hyundai. Tres botellitas de agua.

Nueve fascinantes segundos fueron los que deje pasar para amotinarme en tu boca desde el momento en que te vi venir hacia mi lado y decidí que este sería (sin mas preámbulos) nuestro primer y último beso.

La monótona melodía meciéndose entre los pliegues mas rebeldes del cuerpo. El perfume de tu pecho frotándose frenético con mi deseo. Lenguas desaforadas que no quieren preguntar nada. Tatuajes que ensucian mi piel. Caricias de diseño modelo ‘06. Cien metros a 100.000 Km./h.

Try some, Buy some.

The New Killer Star vuelve a las veloces e inagotables pistas del éxtasis.

Capítulo 24 | Patagonia para pocos

El Bolsón, 23 de Abril de 2006

Las tierras de la Patagonia, sobre todo las que son ricas en agua potable, son un bien codiciado por empresarios poderosos. Los italianos Luciano y Carlo Benetton y el dueño de la Fox y de un montón de otras cosas Ted Turner son los más conocidos, junto a otros como Sylvester Stallone y Michael Douglas.

Esa oleada de multimillonarios incluyó a Charles Joe Lewis, quien hace ocho años compró un inmenso predio de tierra fiscal entre Bariloche y El Bolsón. Hoy, Lewis ofrece un aeropuerto nuevo para la zona. Pero su proyecto no fue correspondido como él esperaba, ya que generó la reacción en contra de los vecinos del lugar. La empresa de Lewis, Hidden Lake SA (Lago Escondido SA), propone “construir con sus propios fondos una pista de aterrizaje de 2.100 metros de largo por treinta metros de ancho y un hangar, destinada a aeródromo privado de uso “público”, con el argumento de que podría significar un beneficio para los habitantes de El Bolsón y la Comarca Andina del Paralelo 42.

Para lograr ese objetivo, Lewis pretende comprar unas cien hectáreas en la llamada Pampa de Ludden a un antiguo poblador, Cipriano Soria, quien según el magnate es el legítimo ocupante desde 1948. La reacción de los vecinos ante la propuesta del aeropuerto y en defensa de la tierra y el agua no se hizo esperar. Lo primero que hicieron fue establecer que el “legítimo ocupante” don Cipriano no puede venderle a Lewis las cien hectáreas donde pretende construirlo, ya que la Ley 279, de Tierras Provinciales, autoriza a algunos pobladores la utilización de tierras para el pastaje de sus animales, siendo este el caso de Cipriano Soria que, argentinamente, admitió: “No tengo el título de propiedad”. Las 14 mil hectáreas que Lewis ya posee se ubican en el área delimitada entre la margen sur del río Manso, la frontera con Chile y el Paralelo 42. Esa tierra es parte de la zona conocida como El Foyel, pegada a Mallín Ahogado, zona rural de El Bolsón, cuyo casco urbano está a cuarenta kilómetros de la propiedad de Lewis. 

Lo curioso es que dentro de los límites de lo comprado por el magnate británico en 1997 quedó la totalidad del lago Escondido, cuyo acceso desde ese momento comenzó a ser vedado al público por los custodios armados del magnate. Esto, en franca ilegalidad con lo que dispone la Constitución provincial de Río Negro en su artículo 73, que “asegura el libre acceso con fines recreativos a las riberas, costas de los ríos, mares y espejos de agua de dominio público”.

Para revertir esta situación, Lewis trata de ganarse la confianza de los 25 mil vecinos de El Bolsón, a quienes les regaló equipamiento para los bomberos voluntarios, camisetas de fútbol para los colegios y la refacción de móviles policiales. También organiza suculentos asados “comunitarios”, regados con buenos vinos, y torneos de fútbol para todas las edades. Si hasta en una de las ambulancias donada por Charles Lewis al hospital público de El Bolsón sepuede leer en su paragolpes trasero: “Gracias Tío Joe”.

Capítulo 23 | Catalina

El Bolsón, 22 de Abril de 2006

Catalina no se quiere bañar y su aroma lo certifica.

No hay caso. No se lleva con la ducha.

Catalina oye cuando quiere, pero escucha perfecto.

Flaquita y de pelo oscuro, le gusta usar pollera.

Es simpática y amable y cada vez que voy a su casa con Julieta nos llena de mate dulce.

Es inquieta y recorre infinitas veces su casita de madera de barrio carenciado.

Julieta dice que se me enamoró, y yo me río.

Catalina habla mucho y rápido.

Y ceba un mate atrás del otro, y cada vez le agrega azúcar, y cada vez revuelve la bombilla.

La salamandra esta apagada cuando llegamos pero ella la enciende con maderas que le juntó su hijo.

Catalina dice que del techo caen agujas y alfileres que alguien le tira.

Hay días en los que se arregla y se maquilla, y se le nota.

 

HIDROFÓBICA (no se disuelve en solventes polares)

Oscuridad dictatorial en el éter.

Un aire infrecuente se apodera de la casilla de madera.

Sensación que excede a los receptores ordinarios del cuerpo.

Súbito despertar.

El miedo a lo inusual lleva las pulsaciones al extremo.

¿En tan pocos metros cuadrados que se puede escapar de lo previsto? Es un hecho,

la normalidad se fue a otro barrio y los cinco sentidos se entregan al caos.

Un cuchicheo extraño abarrota los techos.

Las pupilas comienzan a acomodarse y logran dilatarse lo suficiente para dejar ver algo en la penumbra.

El frío se torna un tanto abusivo. La piel no siente mucho.

El olor a lluvia violenta se mete por las narinas y llega al cerebro tan rápido como parece avanzar el agua.

Agua. Más agua. Por el suelo. Desde el cielo. Sin recelo.

El viento se complota con la catástrofe climática social.

Ratas disputándose los escasos centímetros cuadrados del techo.

Instinto animal. Tomar las crías por el pescuezo y

mandarse a mudar lo antes posible.

Como si tuviese un resquicio de bondad entre tanta malicia:

el agua ejecuta el trabajo solicitado escasos segundos después que Catalina arranca a sus hijos de esa pesadilla 

y

   tan

           solo

                      se lleva todo a su paso.

Capítulo 22 | Saldando una deuda con el indio

El Bolsón, 22 de Abril de 2006

El cielo está impoluto y aprovecho para hacer otra escapada de (y en busca de) Salud Mental.

Hoy: Grandes Éxitos del Bolsón: La cara del indio. 

Voy Solari en busca del Indio.

A seis kilómetros del centro de El Bolsón se encuentra una curiosa formación rocosa por erosión eólica y pluvial, conocida como la “Cabeza del Indio“.

Salgo por la calle Azcuénaga hasta el puente del Río Quemquemtreu, cruzo la pasarela, paso por la usina y penetro en el corazón de una reserva forestal siguiendo las marcaciones amarillas tipo Oz y subo por el sendero que te conducirá hasta la Loma del Medio.

En el trayecto me encuentro con una vista que me quita el aliento: el valle del Río Azul, desde donde se puede seguir al serpenteante río de aguas trasparentes hasta su desembocadura en el Lago Puelo y sobre el oeste ver el Cordón Nevado en el límite con Chile. Desciendo por un pedregoso sendero hasta dar con un apacible sendero de 300mts: la cara del indio, mejor dicho: el perfil del cara del indio. De nariz puntiaguda y boca abierta emerge su rostro desde las profundidades de la piedra.

Es así, hay que gente que viene a verle la cara al indio, yo en la medida de mis posibilidades prefiero vérsela a dios. Hoy no me queda otra que conocérsela al indio.

Evoco mi años de dulce infancia en la Patagonia. Cuando niño había estado en este mismo sendero con mi papá y mi hermano Nacho. Pero aquella vez la excursión no concluyo con éxito. Me cuesta recordarlo con nitidez por la corta edad con la que contaba, pero se que nunca llegamos a verle la cara al indio. ¿Un precipicio o un paso peligroso?, ¿nos perdimos en el bosque?. Imagino que la picada era mas precaria y estaba peor indicada que hoy día, y nunca llegamos.

Solari lo veo al indio, y traigo desde los confines de mi memoria aquel día en que mi viejo, mi hermano y yo no lo logramos.

Hoy me toca llegar a mí y saldar la deuda en nombre de los tres.

Cuenta una vieja leyenda que si algún excursionista se extraviase en los cerros aledaños a El Bolsón, puede encontrarse perdido al caer la noche con el Espíritu Errante del Cacique Foyel, legendario guía de una imposible búsqueda de tesoros, perdidos en la noche de los tiempos. Foyel dominaba el territorio sur del lago Nahuel Huapi y cuentan que fue uno de los caciques que más se adaptó al modelo de vida propuesto por el hombre blanco. Dicen que fue un insuperable cazador, imbatible en el arte delmanejo de las boleadoras. La leyenda que lo evoca nace del desconocimiento que se tiene de cómo y donde aconteció su muerte.

Solari lo veo al indio, y traigo desde los confines de mi memoria aquel día en que mi viejo, mi hermano y yo no lo logramos.

Hoy me toca llegar a mí y saldar la deuda en nombre de los tres.

Cuenta una vieja leyenda que si algún excursionista se extraviase en los cerros aledaños a El Bolsón, puede encontrarse perdido al caer la noche con el Espíritu Errante del Cacique Foyel, legendario guía de una imposible búsqueda de tesoros, perdidos en la noche de los tiempos. Foyel dominaba el territorio sur del lago Nahuel Huapi y cuentan que fue uno de los caciques que más se adaptó al modelo de vida propuesto por el hombre blanco. Dicen que fue un insuperable cazador, imbatible en el arte delmanejo de las boleadoras. La leyenda que lo evoca nace del desconocimiento que se tiene de cómo y donde aconteció su muerte.

Capítulo 21 | Manos de cocinero

El Bolsón, 21 de Abril de 2006

Amasó la pasta sin ningún apuro. La estiró sobre la mesada gastada y la espolvoreó con harina. La cocina del comedor comunitario se había transformado en su refugio. El perfume de la leña quemándose en el horno producía un efecto sedante y relajante que ninguna pastilla podía lograr. Con la masa estirada de par en par procedió a cortarla en pequeñas tiritas que en pocos segundos se llamarían fideos.

Se percató que era la primera vez que había pasado mas de diez segundos desde que agarraba el cuchillo hasta que los flashes del horror aparecían en su cabeza. Se quedaba rígido por un lapso de tiempo aparentemente corto. Sin embrago el desandaba paso por paso una pesadilla en la que él era el protagonista y el cuchillo y sus victimas los actores de reparto. 

El chisporroteo del ajo saltando en el aceite lo trajo nuevamente a la tierra. Se secó la frente y terminó la tarea. Bajó el fuego y agregó los tomates perita triturados para darle vida a la salsa.

Siempre se había sentido habilidoso para la cocina. Ahora no solo lo hacía lo mejor que podía sino que también era su forma (con sus cuestionadas manos) de agradecer a los que no lo juzgaban por sus errores del pasado. En su introspección había encontrado la manera de devolver toda la confianza que le habían entregado. Cuando creía que todo estaba perdido, vio que siempre es posible volver a construir una nueva vida. 

Sacudió los fideos y volvió a espolvorearlos. Sazonó el tuco como lo hacía su abuela cuando apenas caminaba. 

Un ronquido profundo y sostenido detrás suyo le arrancó una sonrisa (la primera del día). Provenía de las entrañas de su guardián. Un policía flaco, canoso y bonachón que la provincia le había asignado como custodia en esta seudo libertad que lo tenía atrapado. El chaleco antibalas y el arma reglamentaria estaban en la habitación contigua para que no se impregnasen con el olor de la comida.

Al principio sentía un terrible odio hacia su custodio. Debía seguirlo a sol y a sombra. Fantaseaba constantemente con robarle el fierro o darle un buen saque en la nuca para mandarse a mudar. ¿Pero a donde? Fue un camino sinuoso y pedregoso, pero en la medida que él se fue reconciliando consigo mismo la relación con el flaco se fue aflojando.

La caída del cucharón de madera al piso lo despertó de golpe.

– Me quedé dormidazo. Fue el cumpleaños de la Andreita anoche y nos acostamos tarde. ¡Que buena pinta tiene eso che! A ver… mojáme un pancito gordo.-

El flaco era el único que tenía el punto justo del tuco y el gordo confiaba ciegamente en él.

-Mmmm… gordo, ¡que bueno te quedó papá! Guardáme un poco para que le lleve a Norma que se vuelve loca con tus salsas.-

Poco a poco sus heridas iban cicatrizando. Las imágenes de su noche fatídica eran cada vez menos frecuentes y mas fugaces. 

Después de la noche sale el sol…repetía incansablemente cuando sus pesadillas lo atormentaban con insistencia.

Hacía pocas semanas había vuelto a dormir toda la noche de corrido. Incluso había mañanas en las que al despertar recordaba sus sueños. Y no había cuchillos, ni gritos, ni sangre en sus manos.

Se perdió un instante en el sueño de la noche anterior. Caminaba por las montañas que rodeaban su pueblo. El día estaba soleado como pocas veces. Las flores estaban por todas partes y se meneaban suaves con la brisa del mediodía. Detrás suyo sus hijos juntaban piñones del piso y corrían hacia él para mostrárselos.

Puso los fideos en el agua y volvió a evocar su sueño unos minutos mas.

Sacó la salsa del fuego y coló la pasta. Sirvió todo en la misma fuente y encaró hacia el comedor entre los gritos de sus comensales que ansiosos golpeaban los cubiertos sobre la mesa a modo de agradecimiento por recibir de sus calladas manos el alimento de cada día.